Hoy mis pensamientos rondan entre la melancolía y la adoración que siento por la fotografía.
Hay muchos aspectos sobre este arte que me atraen y atrapan, pero el más mágico, el punto que hace que siempre vaya cargada con mi cámara y no me relaje nunca, es la cantidad de alegrías que recibo a cambio.
Estas fotos las tomé a principios del invierno pasado. Una tarde tonta, en un lugar más tonto. No hubo artificios, ni preparación, ni posados. Sencillamente me senté en un rincón y robé instantes y actitudes de Oriol.
Ahora, en la distancia, Oriol ya no es el mismo, pero con estas imágenes puedo abrazar y adorar al pequeñuelo que era. Con sus expresiones y caritas tan suyas…
Me perdonaréis, pero esto no tiene precio. Estas son las imágenes que más me gustan, porque cuentan verdades y emanan sentimientos.
Se puede fotografiar un pensamiento? Yo creo que sí.
Os animo a tomar fotos sin posados, sin el típico “mira a la cámara y sonríe”, conseguid que la cámara sea invisible y disparad en ese preciso instante que pensáis… esa mirada, ese gesto, esa sonrisa… son auténticas y las quiero.
Disparad a la vida y la conservaréis por siempre jamás.
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