Castañada, Halloween, Todos los Santos… tantos nombres y tantas maneras de entender o disfrazar el culto a los muertos.

Vamos evolucionando, y como tantas otras cosas en la vida, nos olvidamos del sentido profundo de las celebraciones y nos decantamos por la festividad y la diversión.

Y me parece bien, bastantes problemas azotan el mundo y a los vivos, como para pararse a pensar en los muertos.

Pero como es bien sabido a mí me gusta el pasado, me gusta la tradición y aunque me coma los “panellets” y las castañas entre malévolas calabazas  y niños disfrazados de monstruos, siempre tengo presente la historia que me contaba mi madre sobre esta noche.

Antiguamente, los niños dejaban una castaña en cada peldaño de las escaleras de su casa y al subir a las habitaciones a dormir, rezaban un padre nuestro en cada escalón.  El motivo era claro y contundente… evitar que los espíritus les tiraran de los pies por la noche.

Ahora los espíritus son objeto de burla y los padrenuestros se han cambiado por cancioncillas de moda.

En fin, es el precio de la modernidad, de ir sumando y restando elementos a conveniencia, pero sea como fuere, esta es la gran fiesta del Otoño y hay que celebrarla con alegría,  siempre intentando mantener a los espíritus apaciguados y recordando a nuestros antepasados con el mayor de los afectos.

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La adorable brujita de la foto, aunque lo parezca, no es ningún antepasado familiar, se trata de Noa, una niñita preciosa y muy, muy moderna.

Ha sido fácil jugar con ella a viajar en el tiempo unas decenas de años atrás.